Escaparates del Colmado Quilez.
Debió ser a finales de 1.975 cuando pisé por primera véz este comercio. Aquél año, con quince años recién cumplidos, inauguré mi vida laboral como aprendiz en una empresa dedicada a la fabricación y venta de piezas para automóvil ubicada en la calle de Corcega en Barcelona.
Quince años. Quizás ahora, en nuestros tiempos, suene a explotación laboral. Pero en aquellos años, era habitual entre la gente de mi generación el simultanear los estudios con el trabajo a esas edades. Sobre todo, cuando crecías en una familia de extracción humilde como la mía, donde el dinero no abundaba, cada miembro de la familia contribuía en sus posibilidades al sostén económico del hogar. Trabajaba mi jornada laboral de ocho horas, y a la hora del cierre yo volaba literalmente al instituto de formación profesional donde redondeaba mis estudios en horario de tarde-noche. Y si algún día se me "escapaba" el último autobús de las once de la noche, tenia unos cuantos kilómetros a pié de retorno a casa.
Cuando alguien me habla de lo "duro" que es ser joven en nuestro tiempo, se me suelta la risa tonta.
El propietario de aquella empresa, el señor B. era un autentico caballero de los de viejo cuño. Un tipo que tanto en verano como en invierno, vestía con autentica elegancia traje con corbata, camisas cortadas a la medida, y gemelos en los puños. Por aquella época había rebasado la setentena y estaba mas que jubilado, pero se negaba a renunciar a su actividad supervisando el negocio, y todas las mañanas aparecía por allí sobre las nueve. Una de mis primeras funciones como "mindundi" o último mono incorporado a la empresa, era atender a los "recados" del jefe.
Una mañana de invierno, me hizo un gesto para que me acercase a su mesa. Me alargó una nota y un billete de cien pesetas :
- Mira noi, hazme un favor, bájate hasta el colmado Quílez, y me compras un par de tarros de mermelada de la marca y el tipo que te he anotado. ¿ Que no sabes donde está el colmado Quilez?. Pues en la esquina de Rambla de Cataluña con la calle de Aragón, no tiene perdida.
Durante años frecuenté el local cumpliendo los encargos del jefe. No me importaba dar aquél paseo por la Rambla de cataluña. El viejo B. era lo que podríamos decir un "bon vivant".
Miembro de la alta burguesía adinerada barcelonesa, tenia gustos exquisitos y refinados. A pesar de que en aquella época yo era un izquierdista radical, y el un burgués de buena familia que había flirteado con el franquismo, entre los dos se estableció una buena relación con mucha empatia. A pesár de ser mi jefe, y yo un humilde aprendiz de primer año, la bonhomia y el respeto con el que me trataba me hicieron simpatizar con el "viejo". Aprendí mucho mas a su lado, que en toda una carrera universitaria con "master".
Como he dicho, empecé a frecuentar la tienda cumpliendo los encargos del "viejo". Mermelada de naranja amarga, conservas selectas cuando tenia algún compromiso doméstico, mantequilla francesa, e innumerables delicadezas. La verdad es que yo aprovechaba el paseo de las compras para pegar la nariz al escaparate de una tienda de discos histórica en el paseo, buscando las novedades discográficas de mis idolatrados Eric Clapton, George harrison, The Eagles, y adquiriendolas cuando mi menguado bolsillo me lo permitía. También fisgoneaba en los quioscos de prensa, y aprovechaba para tomarme algún café en el trayecto y sacudirme el sueño.
Años mas tarde, empecé a comprar allí algunas delicadezas para consumo propio. El "viejo" me había contagiado su gusto por la buena vida.
Alguna botella de mezcal mejicano con gusano en el fondo de la botella, para impresionar a alguna novia bebiendo aquél brebaje, latas de cangrejo real ruso para alguna comilona de "morro fino" con mis amigos, una botella de whiskey escocés de malta para brindar en alguna ocasión selecta. A veces, he entrado sin ningún motivo determinado, solo por el gusto de contemplar el mostrador y las viejas estanterías de madera repletas de mercancía, y por oler el aroma de roble viejo y de leves especias. Y acababa saliendo de allí con algún frasco de mermelada y una tableta de chocolate suizo. Quizás fuese la nostalgia por un tiempo feliz ya perdido.
El colmado Quílez se había convertido en parte del decorado de fondo de mi Barcelona privada. De aquella ciudad algo gris y anónima, quizás deslucida, pero que era una joya discreta encerrada en su particular concha. Una ciudad amable con propios y extraños, donde vivir digna y cómodamente era asequible a casi todos.
Pues bién, el colmado Quílez es noticia estos dias. Posiblemente tenga que cerrar sus puertas, que han estado abiertas ininterrumpidamente desde 1.940. La aplicación de la ley de arrendamientos urbanos de 1.994 se lo vá a llevar por delante. Esta ley derogaba los viejos contratos de alquiler y daba una moratoria de veinte años para la aplicación de contratos libres no sujetos a un alza limitada y controlada por los viejos contratos de alquiler.
La propiedad del local pretende incrementar al negocio el alquiler en un setecientos por cien. Y es que la esquina donde está ubicado, está a cien metros de distancia del eje del lujo en que se ha convertido el Paseo de Gracia. Y esta esquina empieza a ser muy, muy cotizada para los negocios orientados al turismo.
Este caso no es mas que otro de la desaparición de negocios y tiendas tradicionales que al no poder hacer frente a los astronómicos alquileres exigidos por los propietarios, cierran sus puertas para ceder su lugar a otras actividades más lucrativas, como tiendas de ropa de alta costura, joyerías, y tiendas de marcas consagradas. Todas ellas, orientadas al turismo de lujo que en los últimos años ha invadido la ciudad.
Y está desapareciendo toda una forma de vida, mi vieja Barcelona intima, el paisaje de mi vida y de mis sueños
Los últimos meses han visto el cierre de varias tiendas emblemáticas en el centro de Barcelona, varias librerías históricas entre ellas, todos ocasionados por el mismo motivo : alquileres inasequibles a cualquier negocio tradicional.
El éxito de Barcelona como destino turístico está llevándose por delante el alma de esta ciudad. Pero también se puede morir de éxito precisamente.
El centro de la ciudad, se está despoblando y convirtiéndose en un escenario sin vida propia, donde se representa un espectáculo para turistas y visitantes.
La clave de este auge de visitantes hay que buscarla en la inestabilidad política que sufre la orilla sur del Mediterráneo. La crisis Egipcia, la inestabilidad en Túnez, han desviado hacia España una buena parte del turismo procedente del norte de Europa y de Norteamérica.
¿ Pero que demonios pasará aquí el día que las aguas vuelvan a su cauce y estos países recuperen la normalidad ?. ¿ Que sucederá cuando emerjan como destino turístico zonas como las costas de Croacia y de los Balcanes, autenticas joyas por descubrir ?.
Pues que tendremos una ciudad vacía, decadente y sin vida propia. La avaricia, siempre rompe el saco.
" A mida que arrivan homes, es va fent gran la ciutat
a mida que els peus li creixen, se li fa petit el cap,
a mida que creix, oblida imflada de vanitat, que a sota
de l´asfalt hi ha la terra dels avanpassats "
( A medida de que llegan hombres, se hace grande la ciudad,
a medida que los pies le crecen, se le hace pequeña la cabeza,
a medida que crece, olvida hinchada de vanidad, que bajo
el asfalto, está la tierra de los antepasados )
Joan Manuel Serrat : Barcelona i jo