Aquel coronel egipcio sudaba. Aquella tarde de febrero, el sol rendía homenaje al nombre de aquella ciudad. Heliópolis. Aunque la temperatura era benigna, aquél oficial sudaba bajo su traje de campaña y su chaleco anti-balas del color de las arenas.
Le habían destinado a él y al batallon de blindados bajo su mando para proteger el palacio presidenciál del asedio de la multitud enfurecida con el presidente.
La masa vociferante que tenia ante sí había ido creciendo durante todo el día. La revuelta se había mantenido viva y vigorosa durante semanas, y la tarde anterior habían corrido insistentes rumores sobre la dimisión del presidente. A primera hora de la noche, se produjo una alocución televisada del mandatario. A pesar de que todo el mundo daba por sentada su salida del poder, aquél fue un discurso incendiario donde el presidente reafirmaba sus intenciones de aferrarse al cargo a sangre y fuego.
Tras unos momentos de incredulidad y apatía, el gentío concentrado en la plaza Tahrir estalló en gritos de rabia. La noche había sido tensa en las calles de El Cairo, y hoy, la concentración de protesta había llegado también hasta el exterior del palacio presidencial.
El coronel observaba a la multitud tras la alambrada. Un cántico sonaba intermitentemente : "el ejercito y el pueblo, en un puño" .
Se acercó a las alambradas, y un grupo de mujeres se encaró con él.
- Es una vergüenza. Estáis defendiendo a este tirano cuando deberíais defender al pueblo.
- El no está aquí, el ejercito solo está para proteger al pueblo.
- ¡¡ Si no le sacáis ya del poder, habrá una guerra en este país !!. ¿ Porqué no lo entendéis ?.
Serian sobre las cinco de la tarde, y no dejaba de llegar más gente aún hasta Heliópolis.
Los tanquistas trataban de calmar a la multitud arrojándoles botellines de agua y galletas, que la gente recibía con aplausos y mas cánticos, pero las tensiones iban en aumento.
Un grupo de manifestantes empezó a zarandear las alambradas. La multitud enmudeció conteniendo el aliento, y otro grupo de manifestantes trató de detenerlos, la tragedia parecía servida.
El coronel, con el sudor corriendo ya a ríos por su espalda, se acercó a la carrera al blindado mas cercano y trepó a la torreta, alcanzó un aparato de radio y habló brevemente por él.
Entonces ocurrió lo increíble. Simultaneamente, todas las torretas de los blindados giraron ciento ochenta grados, dejando de apuntar a la multitud, y apuntando ahora hacia el palacio presidenciál.
Un rugido de júbilo corrió por la multitud, y los cánticos redoblaron su intensidad.
El coronel secaba el abundante sudor de su cabeza con un pañuelo.
- No seré yo quien dispare contra unas mujeres desarmadas.
El tirano se acercó a las cristaleras cuando notó el cambio redoblado en la intensidad de los cánticos. Vio como la negras ánimas de los cañones apuntaban ahora hacia el edificio, y contempló como una anciana subida a uno de los blindados, abrazaba y besaba a un oficial. En aquél momento supo que todo había terminado ya. Descolgó el teléfono, y pidió que los helicópteros de transporte que hacia días que estaban preparados, despegasen. Uno le recogeria a él en la pequeña pista del palacio presidenciál, y otro a su familia en su residencia, a escasos centenares de metros de allí
El juego se había acabado, y el, había perdido.
En ocasiones, la decisión de un solo hombre puede cambiar la historia.
Bien está lo que bien acaba.
ResponderEliminar¡Un saludo amigo!
Esperemos que esto sea el principio de una era de libertad y páz para Egipto, Carlos.
ResponderEliminarSaludos.