viernes, 8 de junio de 2012

UNA HISTORIA ACTUAL DE HERENCIAS Y HEREDEROS ( I )

                   
                                     
                                             " My way " ( A mi manera ). Frank Sinatra



El señor Roberto M. descendió fatigosamente desde su vivienda, en un cuarto piso en una zona del extrarradio de Hospitalet del Llobregat a la calle. Tenia una edad ciertamente avanzada, unos setenta y ocho años. Pero lo que realmente baldaba y pesaba en su cuerpo, eran sus achaque físicos, y una leve insuficiencia cardíaca.


Una vez en la calle, descansó apoyándose en sus muletas. El aire, era tibio, olía a primavera. Las flores de los parterres en la avenida, emitían una leve fragancia fresca a aquella hora de la mañana. Miró los cuidados parterres que le rodeaban, y decidió sentarse unos minutos allí, en un banco, para empaparse de aquélla sensación fresca. Había superado el último invierno con serios problemas de salud que le habían obligado a guardar cama algunas semanas, tras un leve ingreso de tres dias en un hospital. Barruntaba que aquella seria quizás la ultima primavera que vería, y que cuando volviesen los fríos, su final estaria mas cerca.


Fatigosamente, alcanzó el final de la avenida, y allí detuvo a un taxi libre. Subió al automóvil y le dio la dirección de la notaria a la que se dirigía al taxista. Este, masculló una maldición entre dientes, era una calle relativamente cercana. Aquella "carrera" apenas le dejaría algo más de cinco o seis Euros.


Roberto llegó a la notaria con cinco minutos de adelanto con respecto a la hora que había reservado un par de semanas atrás. Le dio cinco euros de propina al taxista. Roberto había advertido la expresión de contrariedad del conductor al escuchar la dirección de destino, y aquel joven había tenido la amabilidad de ayudarle a subir al vehículo al reparar en sus dificultades físicas. Quería agradecerle al conductor su amabilidad de alguna manera


El notario no se hizo esperar. Roberto y el eran viejos conocidos. El colegiado estaba algo mas allá de la sesentena de edad, y Roberto fue uno de sus primeros clientes cuando tras ganar las oposiciones, se había instalado en aquella ciudad. El anciano había escriturado allí la compra del piso en el que vivía treinta y cinco años atrás, cuando pudo pagar una vivienda propia, y mudarse hasta allí desde el barrio de la Torrassa, donde había residido en alquiler desde su lejana boda con  
su adorada Margarita, difunta ya desde hacia algunos años. Posteriormente, cuando abrió su propia empresa de transportes, también había recurrido a los servicios de la notaria de Gervasio  Díaz para la documentación de la empresa.


El notario entró en la sala de reuniones.


- Buenos días señor Roberto. Me alegro mucho de verle. ¿ En que puedo ayudarle hoy ?.- 
  Roberto notó la calidez y la simpatía sinceras de aquél hombre.
- Pues Gervasio, esta vez quiero cambiar mi testamento.


El notario miró con calma a su viejo conocido, y reparó en el aspecto cansado y desmejorado que ofrecía. Levantó una ceja, y abrió el ordenador portátil con el que había entrado en la sala.


- Pues adelante, Roberto. Dígame que es lo que desea cambiar desde el último.


No le llevó demasiado tiempo a Roberto dictarle al colegiado su ultima voluntad. El notario salió de la sala y volvió pocos minutos después con los documentos impresos en papel timbrado y numerado. Roberto firmó la documentación.


- Hoy mismo quedará inscrito en el registro de ultimas voluntades, Roberto. No tiene que preocuparse de nada más.
- Muy bien Gervasio.- Roberto empezó a levantarse apoyándose en las muletas. El notario, se apresuró a ayudarle a incorporarse. Roberto le agradeció el gesto de amabilidad, y le estrechó la mano despidiéndose de él.


Se dirigió hacia la secretaria de recepción para abonar la minuta de los servicios del notario. Aquella señorita, le dijo al anciano que tenia instrucciones de Don Gervasio de no cobrarle nada por los servicios de aquél día. Le expidió un resguardo que confirmaba el registro del testamento, y le comentó que en un par de semanas le enviarían a su domicilio con un mensajero la copia escrita y registrada.


Salió del edificio donde se ubicaba el despacho, y decidió tomarse una horchata artesana fresca en la terraza de la vieja heladería que había en la Avenida Masnou, como tantas veces habían hecho el y Margarita años atrás. Era una terraza bajo unos amplios soportales bajo el bloque donde se ubicaba el despacho de la notaria. 


En aquél lugar,  el y su esposa habían pasado ratos muy agradables las noches de veranos pretéritos, cuando el calor bochornoso invadía la ciudad y hacia difícil conciliar el sueño. Compartían grandes vasos de horchata fresca para mitigar el calor, aunque algunas ocasiones, Roberto los simultaneaba, para escándalo de Margarita, con algún whisky con hielo. Allí pasaron momentos de descanso y paz después de una larga jornada de trabajo, viendo a la gente pasear delante de ellos.


Hacia cuatro años que ella le había dejado solo, tras una devastadora enfermedad que la consumió, y que también mató una parte del alma de Roberto. Reflexionó el porqué había acudido aquella mañana al notario, y empezó a ponerse de mal humor.


- El jodido "palmero", ¡¡ el muy miserable!!. Aunque ella, ¡¡ también se ha convertido en una miserable como él !!. Tantos años juntos, han conseguido que ella se haya transformado en una idiota descerebrada.


El jodido "palmero", no era otra persona que su yerno, Manuel Buendia. Maria Ángeles, la hija única de Roberto y Margarita, le había conocido con apenas diecisiete años, y se había enamorado locamente de él. 


El amor es ciego, y según opinaba Roberto, además idiota.


Desde el primer día en que su hija se lo presentó, a Roberto no le cayó bien aquél jovencito que algún tiempo después se casaría con su hija. Al contrario que Roberto, un hombre con un físico fornido y apuesto, Manuel apenas rebasaba el metro cincuenta de estatura. Intentaba disimular su baja talla calzando siempre unos zapatos o botines de tacón "cubano" que añadían ocho o diez centímetros a su menguada estatura. También tenia un cierto amaneramiento en sus modales, en sus gestos, en su indumentaria y en su forma de caminar con aquellos taconazos. Era algo que horrorizaba a Roberto


Manuel B. , era natural de Córdoba, y cuando apenas contaba siete años, sus padres decidieron emigrar a Cataluña. Aquel niño, creció en su tierra de adopción sintiendo una nostalgia terrible de su tierra natal. Con apenas diez años, comenzó a frecuentar los espontáneos "tablaos" flamencos que surgían en las poblaciones del cinturón  industrial de Barcelona. Aprendió a tocar la guitarra con algo de habilidad, aunque nunca llegó a desarrollar plenamente una técnica sobresaliente, convirtiéndose en un músico mediocre, especializado en juergas que acaban en un desmadre de alcohol a altas horas de la madrugada. 


Simultaneaba sus "guitarrazos" nocturnos de fin de semana, con un trabajo como orfebre en un taller de joyería en Cornellá del Llobregat, viviendo en un submundo marginal, un "ghetto" plagado de malos imitadores de la cultura andaluza, que nada tenia que ver con sus orígenes, ni con su tierra de adopción. Durante aquellos años, Manuel desarrolló una cierta dependencia del alcohol, que después acabaría siendo crónica.


Roberto se desesperaba conforme progresaba la relación entre su hija y aquél indeseable, el "proyecto de hombre inacabado", como Roberto lo denominaba cuando quería mantener las formas. En privado, y con sus amistades, usaba epítetos bastante mas crudos para referirse a él.


Había educado a su única hija de una manera exquisita, enviándola a estudiar a un colegio de religiosas, que en aquella época era la garantía de que recibiese un formación disciplinada y de calidad, mientras los colegios estatales de la época en el barrio eran poco mas o menos como inmensas guarderías donde se aparcaba a los niños durante el horario laboral de los adultos. Nunca entendió que demonios vio su hija en aquél mequetrefe iletrado.


Pasaron las años desde el matrimonio de su hija con Manuel. El negocio de los transportes por carretera, no hizo rico a Roberto, pero le permitió vivir con un cierto desahogo económico. A cambio de muchas horas de trabajo, eso si. Los problemas económicos de Manuel y Ángeles se hicieron crónicos. Cuando Manuel conseguía serenarse una temporada, ganaba lo suficiente como para mantener su hogar, pero cuando caía en una crisis de alcoholemia, pasaba semanas enteras sin aparecer por el taller de joyería, en baja laboral por enfermedad, y el dinero no llegaba para cubrir gastos. Roberto, presionado por su esposa, y en contra de su voluntad, cubría de su bolsillo los gastos de la joven pareja.


Lo que mas le dolía a Roberto, es que su hija, su idolatrada hija, no solo no era consciente de los problemas por los que atravesaba Manuel, sino que además, defendía ferozmente a su marido de toda critica.


Para Roberto, lo único positivo del desgraciado matrimonio de su hija, eran los dos nietos que había tenido. Una preciosa chica, la mayor, y un muchacho que en nada se parecían a su padre. Habían crecido prácticamente en el hogar de Roberto y Margarita. Ahora eran dos adultos, que tenían una vida llena de posibilidades, fuera del hogar paterno. Ellos dos, eran la promesa de un futuro mejor.


Roberto se levantó de la mesa tras un buen rato de reflexión. Se sentía con algo más de fuerzas, y decidió regresar caminando lentamente con sus muletas hasta su domicilio. El camino de regreso, era una leve pendiente cuesta abajo, y disfrutó del lento paseo. Al llegar a su calle, encargó la compra de algunos comestibles en el pequeño colmado frente a su casa. Las dos hermanas que regentaban el negocio, tenían la delicadeza de llevarle sus encargos hasta su domicilio. Era una persona conocida y respetada en el barrio por sus buenos modales y por su elegancia en el trato con los demás. Roberto se sentía mas querido y apreciado por los extraños, que por su propia familia.


Aquella tarde, después de unas cabezadas en el sofá del comedor, reparó en la vieja caja de caudales que ocultaba detrás de un cuadro en el comedor. Era un recuerdo de los viejos tiempos, cuando a causa de su negocio de transportes, se veía obligado a manejar cantidades cuantiosas de dinero para pagar las nóminas de sus empleados, las cuentas del combustible empleado, y los plazos de pago de los camiones que empleaba. Actualmente, estaba vacía. Tenia sus ahorros y su pensión de vejez, invertidos en una caja de ahorros del barrio, de donde periódicamente, sacaba algún dinero para atender a sus gastos


Una sonrisilla traviesa cruzó el rostro del anciano. Desplegó un par de páginas de un diario atrasado sobre el suelo del comedor. Se bajó los pantalones y los calzoncillos, y se agachó cuidadosamente sobre las hojas de papel. Un vez resuelta su necesidad fisiológica, sacó cuidadosamente las paginas de periódico con su "carga" al balcón, colocando "aquello" al sol del atardecer






                                                          ( continuará )





2 comentarios:

  1. ¿Qué cambio hizo en el testamento don Roberto?
    ¿A quién le va a regalar la "carga" que dejó al sol en el balcón?... ;-)

    ¡Esta noche no voy a dormir !!

    bss

    ResponderEliminar
  2. La solución, en el siguiente capitulo,segundo y finál.

    Muacccc.

    ResponderEliminar

Si has leído mis desvaríos y tienes algo que aportar, hazlo aquí.