viernes, 27 de abril de 2012

EL EVANGELIO SEGUN TIMOTEO BOFARULL ( IV )


                                                            Capitulo 1 ( 4ª parte )


     - Mi señor Lucifér, quiere saber porqué El se te ha aparecido. Llevaba cientos de años sin hacerlo. Y cuando vuelve a hacerlo, cuando vuelve a revelarse, ¡¡ lo hace ante ti !!. Por eso  me envió a mí. Soy su más valioso servidor.- Timoteo retrocedió un par de pasos.
     - A mí también me gustaría saberlo, Beleth. Desde entonces, mi vida es más complicada. Soy consciente de mi miseria, y de la de los demás. Veo más allá de lo que ven los que me rodean. Tengo conocimientos que nunca he aprendido, y vivo en una inquietud permanente. Tengo que ir con urgencia al psicólogo. A ver si con suerte y unas cuantas pastillas, ¡¡ dejo de verte y escucharte!!.- Beleth soltó algo parecido a una carcajada con su extraña voz en varias frecuencias.
     - Unas simples pastillas, no te librarán de mí. Solo conseguirías aturdirte con ellas. ¿Qué sentiste cuando tuviste la visión, que es lo que viste aquél día?.
     - Una luz indescriptible, como nunca la había visto antes. Una voz grave y extraña, que parecía proceder de todas partes y de ninguna a la vez. Tuve que detener el coche en la autopista como buenamente pude. Había perdido el mundo de vista. Y el dolor. Un dolor agudo en mi cabeza, detrás de mis ojos. Era como si algo estuviese entrando en mi cuerpo a través de mis retinas. Y el placer, un placer que nunca había experimentado, al mismo tiempo que mi cabeza parecía estallar de dolor. Salté la valla de la autopista, y me interné en el bosquecillo que había al lado. El dolor iba y venía, como una vibración. De golpe y de repente, el dolor y la luz cesaron dejando paso a una tremenda sensación de alivio y a una oscuridad absoluta. Me había quedado ciego. Y aquella voz, siguió hablándome, aunque no conseguía entenderla. Solo comprendí la última frase: prepara el camino.
     - Solo eso, ¿ prepara el camino ?.
     - Si, solo eso.
      Afuera, en la calle, se empezaban a escuchar gritos y golpes lejanos. Parecía que la policía ya empezaba a penetrar por las estrechas calles del barrio.
     Timoteo salió a la puerta de la casa. Frente a la casa de Mari, se habían concentrado los anarquistas, y una multitud de vecinos. Habían utilizado contenedores de basura y varios muebles viejos para levantar dos barricadas a ambos lados de la casa de la mujer.  Algunos chavales, por delante de las barricadas y con el rostro cubierto por pañuelos, disparaban piedras y tuercas metálicas contra los policías utilizando tirachinas. Los antidisturbios, refugiados tras sus escudos de plástico, respondían disparando pelotas de goma y botes de humo contra los revoltosos, que estos devolvían a patadas a la policía.
     Un grupo de revoltosos se enzarzó a golpes contra dos o tres policías que se habían adelantado. Los policías, se emplearon con sus porras a fondo contra aquellos manifestantes. La puerta de la casa situada frente a la de Timoteo se abrió. La vecina de aquella casa, una mujer de unos sesenta años, la señora Remedios, se enfrentó a uno de los policías que estaba apalizando a uno de los chavales caídos en el suelo. El golpe de porra que recibió como respuesta aquella mujer en la cabeza, fue atroz.
     Timoteo la vio caer al suelo con un reguero de sangre manando de su cabeza. Quedó acurrucada en posición fetal, mientras a su alrededor continuaban los golpes. La sangre empapaba el cabello de la mujer, sus manos, y empezaba a gotear en el asfalto. La visión de la sangre, conmocionó a Timoteo.
      En un instante, retrocedió en el tiempo, y volvió a estar en Mostar, en la entrada del hospital musulmán. La sangre, había salpicado la blanca pintura que identificaba al blindado como parte de las fuerzas de pacificación de la O.N.U. El alférez Capdevila, agonizaba en sus brazos, atravesado por un disparo. Volvió a ver su sangre empapando su uniforme, sus manos, su cara. Volvió a sentir una mezcla de odio y miedo. Sobre todo, miedo. Y una ira tremenda.
- ¡¡ Hijoputas, cabrones !!. Nos han declarado la guerra.- Timoteo cerró la puerta y se dirigió a su habitación. Movió la mesilla de noche a un lado de su posición junto a su cama. Levanto una losa del suelo con la ayuda de una navaja. Originalmente, su abuela paterna había practicado aquél escondite para esconder el dinero y las joyas de valor. Ahora, Timoteo escondía allí un recuerdo de su paso por Mostar con la Legión.
     - ¿ Que vas a hacer con eso ?.- La pregunta de Beleth le sorprendió hurgando en el agujero que la loseta levantada del suelo había dejado al descubierto. Creía que el demonio había desaparecido, pero seguía junto a él.
     - Poner a esos cabrones de uniforme en fuga, ya que tú no haces nada.
     Sacó del agujero una bolsa hermética de plástico que contenía un bulto envuelto en trapos. Abrió el paquete, y extrajo una pistola automática Colt. Sacó el cargador de la culata, y abrió el cerrojo echando un vistazo a la recamara.  Estaba limpia y en estado de uso. Colocó el cargador en su lugar, cogió un cargador lleno adicional más que había también en el paquete, y lo introdujo en el bolsillo. Volvió a hurgar en el agujero y extrajo de allí una caja de munición precintada aún. Cogió de ella un puñado de  balas, y también las introdujo en el bolsillo.
     - ¿ Y tú, poderoso señor de los infiernos, no vas a hacer nada por esa pobre gente ?.
     - Podría hacerlo, podría obedecer cualquier orden que tú me dieses. Seria tu leal servidor .  Pero solo si me respondes a una pregunta. No te será difícil, si realmente estas tan informado sobre nosotros, los demonios. Pero a cambio, si no sabes darme la respuesta adecuada, tendrás que pagarme un precio muy, muy alto.
     - ¿ Cuál es el precio, Beleth ?.
     - Tu alma, Timoteo, tu jodida alma inmortal.
     Desde la calle llegaba el fragor de la batalla. Las detonaciones de los fusiles de la policía vomitando pelotas de goma eran claramente audibles dentro de la casa. Timoteo volvió a mirar al fondo de aquellos pozos de negrura que eran los ojos del demonio.
     - Trato hecho, Beleth. De todas formas, ya contaba con ir de todas maneras a los infiernos. Hazme esa pregunta.
     - ¿ Quién es mi peor enemigo, mi carcelero, mi guardián ?.
     - Buena pregunta, demonio. Tiene que ser alguno de tus viejos compañeros antes de vuestra caída. Uno de los que escogió el bando adecuado.
     - Si, pero, ¿ cuál de ellos ?.
     - Azraél, el ángel de la muerte, el exterminador. El es tu guardián.
     Un rugido surgió de la boca demoniaca.
     - ¡¡ Es cierto !!. Eres un cabroncete muy listo.
     - Ya te advertí que tengo conocimientos que no he aprendido nunca. No temas, no te voy a pedir nada humillante. Ahora, sal ahí fuera, y pon en fuga a esos desgraciados, ¡¡ para siempre !!. Yo voy a saltar por el patio a la calle de detrás, por la puerta será imposible salir. Encajó la pistola en la parte trasera del pantalón
     Timoteo trepó al tejado por el muro del patio. Una vez arriba, caminó con cuidado apoyando su peso sobre la zona del tejado que se apoyaba en la pared medianera entre dos casas.  Salto al techo de una pequeña furgoneta aparcada en la desierta calle Biosca. Toda la atención del barrio, y de la policía, estaba puesta en la calle de atrás. Giró la esquina caminando tranquilamente. Como suponía, en el cruce de su calle, estaba estacionada una furgoneta policial que ejercía de puesto de mando sobre el pelotón de policías que apaleaban a los manifestantes y los revoltosos. Observó a una pareja de uniformados junto al vehículo. Uno de ellos, con lo galones que le distinguían como oficial sobre los hombros,  impartía órdenes a través de una radio de mano. Junto a ellos, unos hombres vestidos  de paisano, uno de ellos con una carpeta entre los brazos. Debían ser los funcionarios del juzgado. No le habían observado llegar.
     Se parapetó tras un coche aparcado. La pareja de policías seguía teniendo toda su atención en los disturbios de la calle Serós. Observó las viseras de plástico de los cascos levantadas, y que los dos policías no se habían abrochado la sujeción del casco, el barboquejo, bajo sus barbillas. Sacó la pistola de la parte trasera del pantalón, quitó el seguro y la cargó. Se apoyó sobre el techo del vehículo. Apuntó cuidadosamente a la parte superior del casco del oficial. Compensó  la distancia al apuntar alineando el alza y la mira.
     Respiró hondo, y disparó. El ruido del arma, quedó disimulado por el estruendo de la batalla campal que se desarrollaba un poco más allá.
     El casco de aquél policía, salió disparado de la cabeza de su propietario, cayendo un par de metros más allá. El desconcierto se apoderó de la pareja de uniformados. Aquél policía recogió su casco del suelo, y se lo mostró a su compañero, señalando el orificio de bala en la parte superior. Había una mezcla de estupor y miedo en la expresión de ambos.
     El nerviosismo se apoderó del grupo. No dejaban de mirar en todas direcciones, y los dos policías echaron mano a sus armas reglamentarias. De repente, el pelotón de policías que  operaba contra la barricada apareció en la esquina corriendo desordenadamente buscando la salida del barrio. El oficial cuyo casco había sido alcanzado por el disparo, su compañero y los funcionarios judiciales, se unieron al grupo en su retirada a la carrera.
       Aquél  policía, se volvió y  vio  a Timoteo con su arma en la mano. La miradas de los dos, se cruzaron a lo largo de la calle.
      En la calle Serós, los antidisturbios habían estado a punto de vencer la resistencia de los alborotadores. Habían superado la barricada de los contenedores de basuras, y estaban casi por  alcanzar la fachada de la casa a desalojar. Súbitamente, los policías de cabeza del pelotón se quedaron inmóviles. Parecía que la luz del sol se desvanecía, amortiguándose en un extraño tono violáceo. De repente, la calle estaba llena ante ellos, había allí una multitud que antes no estaba. Y al frente, había un caballo pálido y huesudo, sobre el que montaba un extraño jinete. Los ojos de animal, emitían un brillo inquietante, mientras rascaba en el asfalto con una de las pezuñas delanteras. El jinete, les observaba con unos ojos raros y amezantes, duros, enmarcados en un rostro que no era humano, como el resto de aquellos seres que le rodeaban a pié. El caballo, se levantó sobre sus cuartos traseros, y relinchó con un sonido estridente y terrible, que parecía venir de todas las direcciones. Y de repente, todos aquellos extraños seres rompieron a gritar con unas voces insoportables que taladraban sus oídos.
     Aquél ruido, duró unos cuantos segundos, después se hizo un silencio absoluto. La voz de uno de los policías, resonó en el callejón.
     - ¡¡ Retirada !!, vámonos, ¡¡ fuera de aquí !!.
     Los policías, empezaron a retroceder. Al principio, lentamente, y unos momentos más tarde, emprendieron una huida francamente desordenada buscando la salida de aquellos callejones, atenazados por el pánico. Algunos escudos y porras quedaron abandonados al deshacerse de ellos sus propietarios para poder correr con más comodidad.
     - Los vecinos, situados tras la barricada, contemplaron atónitos la inexplicable retirada de los policías. Ninguno de ellos había visto nada extraño en la calle. Solo la expresión de pánico de los uniformados, y su enloquecida retirada a la carrera.
     Timoteo contempló la estampida policial desde la esquina. Aquellos hombres estaban fuera de sí. Vio como alguno tropezaba y caía en su afán de correr más rápidamente. El espectáculo le recordaba a las carreras de los encierros de San Fermín, aunque allí no había toros bravos, ni nada que justificase aquella alocada carrera.
     - Vaya, Beleth ha cumplido su palabra.
     - ¿ Dudabas acaso de mí profesionalidad y solvencia ?.- La voz del demonio, a sus espaldas le sorprendió.
     - No, solo me ha sorprendido lo expeditivo que has sido. ¿ Que les has hecho ?.
     - No gran cosa, solo han tenido una visión de una de mis legiones ante sus narices.- Beleth soltó una profunda carcajada.- Tendrías que haber visto sus caras.
     - Gracias, demonio.


                                                         ( Continuará )

1 comentario:

  1. Gran relato amigo, me ha gustado. Si fuera tan fácil no habría deshaucios nunca. Estaría bien poder tener algo con lo que ayudar a las miles de familias que tienen que abandonar sus casas.

    Así como que existiera una lámpara mágica que acabara con la pobreza y el malestar, con las guerras...todo sería más bonito. Aunque no serviría de nada si no aprendiéramos de ello.

    ResponderEliminar

Si has leído mis desvaríos y tienes algo que aportar, hazlo aquí.