Aquella madrugada Rosana volvió a despertarse con su sexo inflamado y húmedo. A su lado Ernest dormía plácidamente mientras balbuceaba algo ininteligible entre dientes.
- A saber que demonios estarás soñando ahora tú.
Ella contempló el leve resplandor que se filtraba a través de la persiana y se reflejaba en el blanco techo. Las luces del escaso tráfico de aquellas horas trazaban leves surcos de luz sobre el encalado. Un autobús nocturno resolló en la lejanía.
Se sentía completamente desvelada a aquella hora tan temprana. Se levantó en silencio y sin encender ninguna luz entró en el lavabo contínuo al dormitorio. Aquél era su pequeño "reino" particular en la casa, había dos cuartos de baño en el amplio piso, y cuando se mudaron allí años atrás, ella se había adjudicado para su uso exclusivo el contiguo al dormitorio.
Se sentó a horcajadas en el bidé, y abriendo el grifo, dejó que el chorro de água fria despejase de su vagina aquella viscosidad inútil que no sería de utilidad para ningún coito. No al menos aquella noche.
Se enjabono con delicadeza, no era cuestión de volver a despertar sus instintos reprimidos, se aclaró y se secó cuidadosamente con una toalla de tocador.
Una vez en pié, aprovechó para descargar unas gotas de colirio relajante en sus ojos, y tras limpiarse el exceso de líquido de sus mejillas, le echó un vistazo detenido a su cara en el espejo.
Mientras había devuelto a la normalidad a su coño sentada en el bidé, había vuelto a pensar en la idea aparentemente disparatada que había tenido tras la cena.
No era tan descabellada. Los rasgos de su cara eran parecidos a los de la ministra, y con un maquillaje adecuado, podria pasar por una hermana algo más jóven. Eso si, tendria que hacer algúna cosa con su peinado. Su hermoso pelo le llegaba hasta la mitad de la espalda, y aquella estirada mujer lucia una media melena cortada a la altura del cuello. Además, necesitaba un teñido "rubio ceniza".
Se guiñó un ojo a si misma. Se sentía algo perversa urdiendo aquella barbaridad. Era un sensación nueva, y bastante excitante.
Había encajado la última pieza de su plan, había comenzado la cuenta atrás.
Al comenzar el dia, desayunó frugalmente junto a un Enerst medio amodorrado. A pesar de que ella no había pegado ojo, aparentaba estar bastante más despierta que su marido, el cual había dormido toda la noche de un tirón.
Cuando Ernest se marchó rumbo a la oficina, ella se puso ropa de calle. Aquél dia no iba a trabajar en casa haciendo la última traducción que le había encargado la editorial para la que trabajaba a horas.
Lo que tenia entre manos era una traducción bastante sencilla, una novela de una autora de "culebrones" sentimentales norteamericana. No entendía muy bien como demonios se podía vender tan bien un bodrio literario como aquél.
Pero la cuestión es que aquella yanqui era una autora de éxito, y a ella le pagaban muy bien traducir aquellos muermos destinados a lectoras poco exigentes y ávidas de leer romances sencillos y planos. Y traducir aquella simplicidad literaria a ella le costaba muy poco esfuerzo.
Se tomó un segundo café en la cafetería que había en los bajos del edificio ojeando la prensa del dia mientras hacia tiempo para ir de compras a unos grandes almacenes de la Avenida Diagonal.
La prensa del dia seguia con el asunto independentista. A medida que se aproximaba la fecha del supuesto referéndum, la tormenta política arreciaba mas cada dia.
- Ernest y sus correligionarios no saben muy bién donde se están metiendo.- Pensó doblando el diario y dejándolo encima.
A las diez en punto de la mañana, recién abiertos, cruzaba la puerta de los grandes almacenes rumbo a la planta de ropa femenina. Al ser martes, estaban muy poco concurridos a aquella hora, y podria hacer sus compras sin prisas.
En la sección de lencería, escogió dos pares de medias de color nacarado de su talla. Se llevó también un liguero de color negro, y un sujetador de blonda con transparencias. Sintió algo de apuro al preguntarle a la dependienta como se ajustaba el liguero. La muchacha le aclaró sus dudas con una amable sonrisa algo pícara.
En la misma planta, escogió un conjunto de chaqueta y falda de vestir, algo liviano, y una blusa de color claro con un apreciable escote. Había que realzar con él su "declaración de intenciones".
No necesitó elegir unos zapatos adecuados. En el fondo de armario había un par de ellos con unos tacones vertiginosos, que solo había usado en una boda familiar, y cuyo uso habitual ella había desechado por la incomodidad que le producía caminar con aquellos taconazos.
De regreso a casa con la compra, pasó por el bazar chino y compro en el el tanga que había llamado su atención con aquél bordado extravagante dias atrás, la tarde de su consulta a la sexóloga.
Le pareció ver una sonrisilla canalla en la cara del chino cuando este le devolvió el cambio y puso las exiguas braguitas en una bolsa de plástico.
Aquél chino no tenia ni un solo pelo de tonto.
( Continuará ).
No me digas que va a intentar seducir al Puigdemont...
ResponderEliminarJejeje.
Un saludo.
Esto se empieza a complicar, no pares, sigue sigue....
ResponderEliminarLos chinos siempre han sido pícaros ¿ te has fijado como se les ponen los ojos cuando miran ?...achinados ¡¡¡
ResponderEliminarUps esto se pone interesante, Rodericus.
ResponderEliminarUn besazo.
Creo que esta historia tiene poco de sexo y mucho de mensaje subliminal-
ResponderEliminarNo se pero lo intuyo...
Con esos taconazos te cargas las lumbares, acabas doblada y sin ganas de ponerte bragas que ni abrigan ni nada.
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