Es un edificio discreto que no llama la atención, situado en el ancho cruce de la calle Provenza con la avenida de la Diagonal. En un lugar que a pesar de ser el centro de la ciudad, o quizás por esto, cuando la actividad se relaja fuera de horarios laborales, se convierte en un remanso de tranquilidad, donde se puede distinguir el eco de nuestros pasos sobre las dormidas aceras. Un rotulo discreto en la elegante fachada identifica el edificio como una clínica médica.
Es el lugar donde mi padre está internado desde finales de Septiembre. Su precaria salud se quebró en aquellos días como un cristal desgastado por el tiempo y el maltrato de años que se ha autoinfligido a si mismo. Una vez superada la fase aguda de su enfermedad y estabilizado, llegó hasta este tranquilo lugar, una clínica especializada en convalecencias, y en enfermos geriátricos.
Lo ingresaron en la séptima planta. Todas las habitaciones de ella están ocupadas por ancianos de ambos sexos, cargados de años y enfermedades. Una generación entera que esta desapareciendo día a día, lenta y discretamente.
Es la generación anterior a la mía. Hombres y mujeres a los que admiré cuando eran fuertes como rocas, y yo daba por sentado que siempre me acompañarian. Gente que levantó con su esfuerzo el mundo que hoy conozco, a base de trabajo duro y privaciones. Pero con la esperanza puesta en un futuro mejor y mas justo, y quizás sin ser demasiado conscientes de su generosidad para los que llegábamos tras ellos, caminando por los caminos que ellos habían abierto.
Los veo ahora, cargados de arrugas y achaques, postrados en una cama, tan solo esperando que la enfermedad y la muerte no sean demasiado crueles. A veces me sorprendo viendo en ellos la mirada de un niño travieso, el reflejo del chiquillo que una vez, hace mucho tiempo, fueron. Están cerrando el circulo de su vida.
Son como una vieja locomotora de vapor, cuya vida se extingue al apagarse en una vía muerta, sin hacer ruido.
Me escapo hacia allí en cuanto tengo un momento libre. Mi padre y yo nunca hemos tenido una relación estrecha. Mas bien fue siempre tormentosa a causa de su mal carácter y su actitud violenta con mi madre. Pero procuraré que tenga los cuidados adecuados y dignidad el resto de sus días.
Al salir de la clínica, el aire fresco de la calle siempre me parece un bálsamo. La vida cotidiana, todos aquellos gestos y actos de nuestro día a día, recuperan para mí todo su valor real.
Estamos viviendo un tiempo complicado para muchos de nosotros, y las preocupaciones y las incertezas
nos hacen perder de vista el valor de todo aquello que realmente tenemos. Pude ser que las cosas no nos vayan todo lo bien que deseamos. Alguien definió una vez la vida de una manera muy acertada : " La vida es todo aquello que nos sucede mientras planeamos nuestro futuro".
No soy un conformista, todo lo contrario, creo que no debemos rendirnos y achacar al destino o a los demás nuestros infortunios. Pero la séptima planta me ha hecho reflexionár y cambiár la escala de mis prioridades.
Vivamos el momento con plenitud, tengamos la conciencia necesaria para saborear cada momento del día, no vaya a ser que planeando un porvenír incierto, nos olvidemos de vivir nuestro presente.
Esta es la lección que esos "chiquillos" octogenarios de la séptima planta de la clínica Figuerola me han enseñado estos meses. Y como cantaba el maestro Joan Manuél Serrát hace unos años :
" Nos hemos de deshacer de las costumbres
que mantenemos y no nos gustan,
de los desamores que hemos de purgar,
de las vergüenzas escondidas,
que ni comen, ni dejan comer.
Con los diplomas y los resentimientos,
pegarle fuego al baúl de los disfraces,
escampar las cenizas al viento, y recuperar,
nuestra infancia, finada prematuramente".
Vivamos amigos mios, pero démonos prisa, porque aún llegaremos tarde.
Carpe Diem !! querido amigo, Carpe Diem, vivir el momento..
ResponderEliminarBesosssssssssss
Y feliz domingo
Rodericus, este post me ha puesto la piel de gallina. Tu consejo es muy sabio. Espero que tengamos la fuerza para aplicarlo.
ResponderEliminarHace años, cuando hacía muy poco había dejado la adolescencia, mi abuela ingreso en la misma clínica, tenía el recuerdo guardado muy fondo y tu post me lo ha hecho flotar y sacar partido del mismo. GRACIAS!
UN ABRAZO BIEN FUERTE Y MUCHOS ÁNIMOS Y FUERZA!!!
Qué cosa, acabo de ver ahora mismo esta entrada, que guarda algún paralelismo con la mía de hoy. Imagino que no es un momento sencillo y creo que tal y como dicen somos niños dos veces. Quizá sea hora de no juzgar, de mirar tan solo al presente y a la realidad, hora de no adelantarse a mañana porque mañana puede ser tarde.
ResponderEliminarQuizá es hora de ir despidiéndose suavemente del ayer, porque el ayer es lo que queda cuando ya no hay nada más, y aún queda mucho tiempo en que este ahora no será.
Te deseo mucha serenidad, toda la que se necesita para poder cicatrizar los viejos recuerdos.
Un abuelo no es una carga molesta.Un abuelo es una fuente de sabiduría. Por eso, el gusto de hablar con una persona mayor no nos lo quita nadie y agradecerles todo lo que nos enseñan sin saberlo.
ResponderEliminarsaludos
Ains... menuda estocada de post... le saca a uno la mierda superficial como si fuera simple polvo. Muchos ánimos Rodericus, y nunca pierdas tu alma!
ResponderEliminarLisebe, pues sí, esa es la conclusión.
ResponderEliminarUn beso.
Bandero, gracias por tu apoyo. Es algo que tengo asumido, y creo que es una lección agridulce que nos da la vida. Despues de una experiencia así, te cuestionas todo, hasta a ti mismo.
Un abrazo amigo.
Begoña, llevas la poesia a flor de piél y en la punta de los dedos. Muchas gracias.
Un abrazo.
Lucrecia, ellos son el cofre donde se guarda la sabiduria. Espero llegar a viejo y ser algo mas sabio sin ser demasiado cascarrabias.
Un beso a ti, y otro al gato electrico.
Pepi, gracias. Le vendí mi alma a un diablo que me prometió que algún dia llegaria a entenderlo todo. Espero que el cumpla su palabra. El fuego eterno es un buen precio a cambio de ese momento de plenitúd.
Un beso.