Snow in the Sahara ( Nieve en el Sahara ) Ann Gun
Hoy tu y yó, nos hemos cruzado de una manera fortuita.
Hoy era un día de trabajo algo delicado. Trabajo para una empresa especializada en metales. Con la particularidad, de que también recogemos chatarras destinadas al reciclaje, y que enviamos a las diversas fundiciones, para su posterior procesado en material nuevo destinado a la industria.
Había localizado una vieja industria en la parte alta de Barcelona, en un barrio inmortalizado por Juan Marsé en sus novelas. En el Carmelo.
La vieja fábrica cerró sus puertas hace unos meses, vencida por la crisis, y acordé la compra de un lote bastante apetitoso de metales de varias calidades con el propietario de la industria arruinada. Lo particular del caso, es la ubicación de la fabrica. En un pasaje estrecho y cerrado al tráfico, fuera de las rutas habituales de nuestros camiones, y en un barrio residencial, fuera de los polígonos industriales que son mis zonas, nuestras zonas de trabajo habitual.
Las dificultades del caso, me aconsejaron acompañar al chófer del camión, para guiarle a través de una zona desconocida para él, y supervisar la recogida del material empleando el mínimo tiempo posible, y hacerlo de la manera mas limpia y eficaz. Soy de los que opina, que para hacer un trabajo bién hecho, hay que esmerarse en los detalles. Y vale la pena perder un par de horas para ello.
Una vez el camión situado en el callejón, procedemos a sacar a la puerta con la maquinaria los contenedores de metales. Nada más depositar en la calle el primer contenedor con acero inoxidable, un tipo ya de una cierta edad, intenta "birlarnos" unos cuantos trozos de barra introduciendolos en un capazo de la compra, sin ni siquiera pedirnos permiso.
Me encaro con él. No me hace falta levantar la voz, tan solo le espeto un "deja eso donde estaba". Saca un par de trozos de barra, y los devuelve al contenedor. Miro el capazo, aún quedan trozos de barra inoxidable en él.
"Todo".- Espeto arqueando una ceja. Aquél individuo vuelca el resto de su pequeño "botín" en el contenedor, con expresión de niño travieso.
Envío a hacer puñetas con buenas palabras al viejo "descuidero", y vigilo que desaparezca de allí antes de enfrascarnos en la carga del camión.
Casi al instante apareciste tú. Al contrario que el sinvergüenza anterior, me pediste que te diera algo del hierro que estábamos cargando. Me deja anonadado la cantidad de gente que anda rebuscando chatarras en el centro de Barcelona. Dos personas en menos de cinco minutos, y en la parte alta de la ciudad. Estoy habituado a ver a hombres con tu mismo color de piel, empujando carros de supermercado en los polígonos industriales, recogiendo cualquier cosa metálica, para venderla después en las pequeñas chatarrerias que han proliferado últimamente.
Tu mirada me suplicaba algún trozo de metal de los que estábamos cargando en el camión. Eché un vistazo a mi alrededor, y vi la mirada vigilante del empleado que nos ayudaba en la operación. Te hice un gesto de negación.
Estuviste inmóvil al otro lado de la calle mientras duró toda la operación de carga. Tus ojos nerviosos, contemplaban aquellos hierros que para ti eran un tesoro que canjear en la chatarreria. Yo te vigilaba de reojo, pendiente de si intentabas echar mano a alguno de los contenedores, o de abrir la cabina del camión. Cuando terminamos, contemplé tu mirada de pena y frustración.
El cargar y afianzar el contenedor en el camión, y levantar los cálzos hidráulicos, iba a llevar dos o tres minutos. Te pasé un brazo por los hombros, y te dije :
- ¿ Te apetece comer algo ?.
Me miraste sorprendido. O no me habías entendido, o no me creías. Te hice cruzar la avenida casi a empujones, hasta la cafetería de unos viejos conocidos míos. Hice que te sirvieran un bocadillo, una botella de agua y un café con leche. Pagué la cuenta de tu consumicion y de mi café, y regresé deprisa hacia donde el camión me esperaba. Pero aún tuve el tiempo suficiente de ver una franca sonrisa en tu cara, y tu mirada de agradecimiento.
No se desde donde has llegado hasta aquí. Si desde las orillas del Zambeze, o del Níger. No se tu nombre, ni tampoco a que Dios le rezas. Tan solo sé, que llegar hasta aquí, para ti ha sido una proeza.
Has cruzado medio continente, y un mar. Un mar por el que navegué hace tiempo, en un moderno buque de guerra, a prueba de tempestades y de olas. Y aún así, aquél mar me impuso respeto, a pesar de disponer de todas las comodidades posibles, y de toda la seguridad imaginable.
Os he visto desembarcar de frágiles barcas de madera, con la mirada perdida del que ha visto la muerte muy de cerca, al perseguir el sueño de la libertad y la prosperidad. Con la mirada perdida de las "mil yardas", la mirada del que ha visto morir a sus semejantes, sin poder hacer nada para evitarlo.
Querías volar, y Europa es una jaula para ti. Malvives oculto en el aire de esta enorme ciudad. Eres invisible a la mirada de la mayoría, a pesar del color del ébano de tu piel, que para otros, es el color sucio del hollín.
Pero eso, no se lo tengas en cuenta. Ellos, viven prisioneros de sus propios miedos, y no hay peor castigo que ese.
Venias huyendo de un desierto que avanza poco a poco. De un desastre de guerra, odio y codicia. Y has llegado a otro lugár, donde igualmente vivimos nuestro propio desastre, también por la codicia de unos pocos, y la estupidez de muchos. En la peor época de los últimos cincuenta años. Pero de esto, nadie te advirtió allá en tu tierra.
Desearía que aquí, encontrases un lugár para ti. Porque tú tienes lo que a nosotros nos falta, tienes sueños, esperanza y voluntad.
A nosotros, nos los robaron. A cambio de un falso sueño opaco, y de una tarjeta de crédito sin fondos.
Quisiera que puedas ganarte la vida honradamente, y que vieras a tus hijos crecer aquí. Y que en las sobremesas plácidas de los domingos, les cuentes las viejas historias de tu tierra. Historias de un desierto que crece día a día, de la maldad de algunos hombres, y del largo camino que tuviste que recorrer hasta llegar aquí.
Y que hubo alguien, que confió en ti, y te dio una oportunidad.
Porque con voluntad y esperanza, hasta se puede encontrar nieve en el Sahara.
Tienes frases por ahí de mucho peso, que calan y llegan al alma pero las dejaré donde tú las pusiste porque toda la entrada es muy bonita.
ResponderEliminarBesos.
Gracias Ohma.
EliminarUn beso.
Una historia que me produce emoción contenida y también compartida con aquellos que como tu son capaces de tener sensibilidad y empatia con los que tantas precariedades estan pasando en estos días. Un abrazo.
ResponderEliminarEs en una de esas ocasiones, en que la mirada de alguien te lo dice todo. Ves el hambre pura en su expresión, y empieza ya a hacer frío en las calles.
EliminarY haces lo poco que está en tus manos.
Un beso.
Oye ,sería buena idea , mandar unas cuantas copias de tu texto a casa de todos los partidos politicos, sería ¡Ok!. De esta manera responderiamos a sus propagandas.
ResponderEliminar¡Excelente texto!
Maruxela, esos no no leen nada. Solo hablan, por el placer de escucharse a si mismos.
EliminarGracias
Un beso.
Ostras, no te conocía y me ha conmovido tu relato. Hablas de Marsé y deduzco que te ha influido, como a mí.
ResponderEliminarCreo que compartimos varias cosas. Lo único que yo no tengo, y me encantaría, es un carlino, jejej.
Te enlazo.
Gracias East, es un placer tenerte por aquí. Cito a Marsé, porque ha hecho del Carmelo un punto de referencia dentro de Barcelona. Si, me ha influido, y probablemente es uno de los "culpables" de mi amor por escribir.
ResponderEliminarun saludo